Divorcio, un proceso de duelo sin respuestas preestablecidas

Mientras para algunos puede resultar una opción válida que permita superar una situación insostenible, otros lo viven como un paso hacia atrás.

El proceso de divorcio depara situaciones complejas. Muchas veces las personas se atrapadas en un matrimonio que dista mucho de ser aquel que imaginaron, pero la decisión de romper con el vínculo provoca dolor, temor e incluso preocupaciones de índole económica. Por otra parte, no hay duda de que el divorcio no cuenta con un reconocimiento social. No es casual que la cultura occidental no disponga de una ceremonia específica de divorcio, como sí ocurre con los nacimientos, el casamiento y la muerte.

Las estadísticas señalan que entre un 40% y 50% de los matrimonios terminan en divorcio; cuatro de cada diez niños nacidos entre 1980 y 1990 vivieron en una familia monoparental.

El divorcio consiste en la disolución instrumental y funcional de la pareja. Es un proceso doloroso tanto para los cónyuges y los hijos como para el entorno familiar y social. Devasta los sueños, las realizaciones y los proyectos construidos en común. Conlleva conflictos emocionales que pueden derivar incluso en trastornos físicos, asumiendo las peculiares características con que cada individuo encara los hechos vitales que lo conmueven.

Si bien es cierto que hay una interesante cantidad de conductas esperables, no lo es menos que éstas devienen de un sujeto concreto, único e irrepetible. Por lo tanto, no debe perderse de vista esta singularidad. Cuando decimos que el divorcio trae aparejado una serie de situaciones emocionales, se hace necesario destacar que las mismas pueden agruparse en dos categorías: factores que se expresan en el mundo privado de cada individuo y, por otro, los que resultan del entorno.

En relación con los primeros es factible encontrar la sensación de fracaso por reconocerse incapaz de haber logrado mantener un matrimonio exitoso, sentimientos culpógenos por no haber dado acertada respuesta al mandato familiar o social, autorreproches por el daño que se causa a otros --en especial, a los hijos--, resentimiento por sentirse abandonada o enojo con el cónyuge por considerarlo responsable de la situación.

En el plano externo se sitúan las modificaciones y adaptaciones que se operan en el estilo de vida que se ha venido llevando, en los hábitos y costumbres, en las relaciones con el grupo familiar y las amistades, cambios de hábitat y también aquellos que tienen que ver con los aspectos económicos.

Diferencias en la percepción de las funciones y los roles específicos, los particulares modos en que se negociaron los acuerdos a partir de las matrices familiares individuales y los conflictos en el ejercicio de la sexualidad son algunas de las situaciones que pueden desencadenar un divorcio y que llevarán, por lo tanto, a un proceso de duelo.

La pérdida del vínculo

El duelo es un proceso normal que se pone en marcha frente a una pérdida. En este contexto también concebimos el divorcio como un proceso de duelo, ya que entraña la pérdida del vínculo conyugal.

Perder lo que amamos y experimentar dolor por eso es parte de la existencia humana, y pone en tela de juicio nuestro modo de estar en el mundo, generando inseguridad, confusión e incertidumbre sobre cómo continuar en este nuevo espacio que ha inaugurado la pérdida. Cada ser humano, cada pareja y cada familia, puesta en esta situación, organizará una compleja gama de sentimientos, emociones y actitudes que afectarán en su totalidad los diferentes sistemas involucrados.

Es importante destacar que en esta situación pocas veces los integrantes de la díada se encuentran en condiciones similares. Habitualmente, uno de los miembros atravesará este proceso como una opción válida para superar una situación insostenible, mientras que el otro lo vivenciará como un paso hacia atrás.

Coincidimos con Inés Alberdi cuando afirma: "La pérdida por fallecimiento del cónyuge es mucho más grave y definitiva que la que supone el divorcio y, sin embargo, al estar regulada y mejor asumida socialmente, plantea problemas que parecen menos graves. Cuando muere el cónyuge, la sociedad tiene una respuesta organizada, quedan claros los derechos y las responsabilidades de cada cual, y el apoyo de los parientes y amigos toma una forma prescripta y conocida. Sin embargo, no existen medidas estructurales para ayudar a los que se divorcian. No está muy claro cuáles son las responsabilidades y obligaciones de cada uno de los cónyuges ni las actitudes que deben tomar los de su entorno, sean amigos o familiares?"

Con frecuencia se habla de divorcio como una experiencia traumática en la cual el mayor temor es el fracaso individual y la desintegración familiar. Sin embargo, nos atrevemos a deslizar una mirada diferente que no implica desconocer que el divorcio es un proceso difícil y doloroso, pero también puede convertirse en una posibilidad de cambio y crecimiento, si el duelo por la separación se atraviesa saludablemente.

Para concluir, siguiendo a Neimeyer, decimos: No hay ningún motivo para pensar que tengamos que atravesar este proceso de una manera heroica sin el apoyo, los consejos y la ayuda concreta que puedan brindarnos los demás.

Por Silvia Alper para el diario "La Nación" del día sábado 3 de abril del 2004.-

La autora es integrante del Centro de Orientación y Acompañamiento en Duelo (COAD).

Las distintas etapas de una ruptura

1. La decisión: la mayoría de los matrimonios llega a tomar la decisión de divorciarse después de meses o años de disputas, desilusiones, ofensas y frustraciones. Este momento trae aparejado sentimientos de culpa, pérdida de la autoestima, aislamiento, dificultades para atender otros temas y, en algunos casos, ansiedad e incluso depresión.

2. Planeamiento de la ruptura: la pareja debe repartir su patrimonio y lograr acuerdos sobre el futuro de los hijos. En esta etapa son comunes la rabia, la descalificación mutua, los sentimientos y las conductas agresivas.

3. Separación: supone la aceptación de la pérdida de la relación de la pareja y la unidad familiar. Prima la desorientación y la necesidad de reconfirmar afectos y vínculos preexistentes a la separación, que ahora deberán funcionar como redes de sostén.

4. Desvinculación: implica la aceptación de la realidad de la pérdida, la renuncia a la fantasía de reunificación, el restablecimiento de la autoimagen, el inicio de nuevos vínculos y la posibilidad de comenzar a pensar en una nueva relación de pareja.

¿De qué hablar antes de volverse a casar?